domingo, 17 de marzo de 2024

Entrenar de forma correcta para asumir un enfrentamiento implica aprender de los errores.

Entrenar de forma correcta para asumir un enfrentamiento implica aprender de los errores.

Por Cecilio Andrade.


 Empecemos por algo sencillo, la "simple" ejecución del viejo y ya clásico OODA del coronel Boyd pasando la información inconsciente a un pensamiento consciente. Nada complicado para calentar meninges.


Cuando el cerebro procesa la información que nos interesa el consciente y el inconsciente colaboran para tratar el enorme flujo de información sensorial y seleccionar la más pertinente, la única que finalmente percibimos conscientemente. Recientes investigaciones han logrado identificar el instante preciso donde el cerebro transforma la información inconsciente en ese ¡Eureka! consciente, cuando de repente surge la respuesta adecuada, ya sea ante la pregunta de un examen difícil, una idea innovadora o, lo que nos interesa en este artículo, surge la acción correcta que salva vidas.


Las emociones más complejas que el cerebro humano puede experimentar, traducidas a pensamientos de rabia, dolor, miedo o amor entre otros, pueden ser reducidos a una serie de decisiones realizadas por el cerebro para comprometerse con el mundo exterior. Existen evidencias de que ese instante, el de la emoción clara de haber decidido, penetra la conciencia cuando la información recogida subconscientemente alcanza un nivel crítico. 


Los resultados sugieren además que este acceso a la conciencia comparte los mismos mecanismos cerebrales que se sabe que participan en la toma de las decisiones más simples y cotidianas. Con lo anterior logramos entrever que apoyándonos en estos fundamentos biológicos de la conciencia, podemos encontrar procesos de entrenamiento eficaces ante situaciones de combate.


No descubro nada innovador si digo que la gran mayoría de los pensamientos que circulan por nuestro cerebro discurren por debajo de la conciencia, o lo que es lo mismo, que a pesar de que nuestro cerebro los está procesando, no somos conscientes de dichos pensamientos ni de su procesamiento. Sin embargo la forma en la que esa información asciende hasta el nivel de conciencia era hasta ahora un misterio inaccesible. 


Cuando se nos exige tomar una decisión desafiante, como cuando luchamos por nuestra vida o la de otros, el cerebro no utiliza toda la información de la que dispone antes de decidir, en realidad de forma cotidiana y rutinaria nuestro cerebro descarta más del 99% de la información sensorial que percibe. Y esto no es porque sea incapaz de gestionarla, sino porque hay un mecanismo en el que nuestro cerebro dice “suficiente”, punto en el que decide que tiene toda la información que necesita para actuar.


El cerebro humano es capaz de procesar imágenes completas en tan solo 13 milésimas de segundo, aun descartando, como ya comenté, el 99% de la información captada, cuando considera que un dato es relevante, lo dirige hacia las regiones integradoras y motoras del encéfalo para generar las respuestas más convenientes. 


Sin necesidad de estar bajo la presión de un combate, la mayor parte de la información que recibe el cerebro cada día, es gestionada de forma inconsciente. La información pertinente es seleccionada mediante una operación en tres etapas y dirigida hacia las regiones asociativas del cerebro con la finalidad de que se vuelvan conscientes y sean recordadas.


Uniendo las ultimas investigaciones en neurología con el ya clásico trabajo del Coronel Boyd, descubrimos que cada dato recibido es analizado a través de las áreas sensoriales específicas durante el ya conocido intervalo de 0.25 segundos. 

  • La primera acción del acrónimo OODA, Observar, hace referencia a captar lo que ocurre. 
  • Para lograr la segunda acción, Orientar, como sinónimo de comprender, la atención enfocada tiene como consecuencia amplificar las respuestas neuronales generadas por las imágenes. 
  • En la tercera fase, la de Decidir que desencadenará la acción consciente, sólo unas poquísimas imágenes seleccionadas inducirán a una respuesta cerebral que implique a las regiones parietales y frontales.
  • Regiones que son las que finalmente deciden que hay que hacer y generan la última sigla del acrónimo, Actuar.

Sometido a un número ingente de datos, nuestro cerebro consigue, a pesar de todo,  gestionarlos gracias a un filtrado automático, sin esfuerzo, merced al proceso OODA. En cada una de las cuatro fases, si todo ha ido bien hemos, normalmente hemos invertido 0.25 segundos, sumando un segundo total finalmente. 


Segundo que con los datos actuales, y el entrenamiento correcto, sabemos que es posible reducir a cotas aparentemente inverosímiles. Pero claro, como todo lo que vale la pena requiere esfuerzo, estudio, trabajo y entrenamiento… ¿o quizá es tan solo autodisciplina y sacrificio?


Ya sea en combate o en un rutinario y tranquilo día a día, la realidad es que nuestro cerebro está constantemente captando inmensas cantidades de información sensorial, y que lejos de abrumarse por ese ingente cúmulo de datos a procesar, se ha vuelto experto en la gestión de enormes flujos de información, en la que subconsciente y consciente colaboraran para obtener los mejores resultados… y sobrevivir.


Cuídense y cuiden de los suyos.


Entrenar de forma correcta a nuestro “ángel de la guarda”.


Ante un ataque sorpresivo es evidente que no es posible reaccionar de forma consciente y razonada, por más que, también evidentemente, implicaría una mayor versatilidad ante el evento, a costa sin embargo de un retraso indeseable a la hora de actuar. 


Nuestro consciente vive en el pasado, lo que experimentamos conscientemente ya ha sucedido. Pese a que percibamos que lo estamos viviendo sin retraso alguno, lo cierto es que la información visual tarda en el mejor de los casos 350 milisegundos (e.a ms) en ser procesada. ¿Se imaginan este retraso ante una agresión armada?


Es ahí donde la evolución ha perfeccionado que la primera reacción ante un estímulo de riesgo inmediato sea la de nuestro verdadero ángel de la guarda, el inconsciente. Analicemos los detalles que intervienen en esta reacción:

  • Todo estímulo visual llega al tálamo en 50 ms.
  • Si lo percibido se enmarca como un peligro, el tálamo envía simultáneamente la información al córtex visual y a la amígdala.
  • Esta última es la encargada de disparar la señal de alarma.
  • Y en tan solo 150 ms, tras recibir el estímulo visual, se produce la reacción “instintiva”.
  • Es entonces, tras la reacción, que el consciente comienza a procesar y analizar colores, formas y contrastes, unificando fragmentos en una imagen coherente.

El inconsciente también tiene un papel fundamental a la hora de relacionarnos con los demás monos sin pelo de nuestro entorno; sin ir más lejos, cuando vemos a alguien por primera vez ya formamos una opinión de esa persona. El cerebro, por un importante proceso evolutivo socializador, es “experto” en clasificar rostros, colocándolos de forma generalista, y hasta cierto punto arbitraria, en categorías específicas. 


Esta generalización y arbitrariedad de categorías tiende a basarse tanto en experiencias anteriores como de personajes de series televisivas o películas de cine, por más increíble que nosparezca. En tan solo 100 ms juzgamos y clasificamos a la persona por su rostro, colocándolo en el apartado de confiable, apasionado, frío, profesional o difícil, sin pasar por procesos conscientes. Una mandíbula cuadrada por lo general se clasifica como una persona firme, ¿qué tipo de rostro de héroe de acción de Hollywood se les viene a la mente? 


Estos procesos automáticos son muy rápidos y basados en experiencias previas, vividas o visualizadas, que han quedado registradas en el inconsciente. Aunque no tengamos la intención de juzgar de forma consciente el inconsciente si lo hace.


El inconsciente sin ser perfecto es el mejor piloto que podemos desear, desde el instante en el que nos despertamos se pone en marcha y actúa como el piloto automático con la rutina diaria. No pensamos en masticar e ingerir el desayuno, en como se prepara el café, como nos vestimos o nos lavamos la cara y cepillamos los dientes, como tampoco en utilizar la palanca de cambios del vehículo, si somos conductores veteranos. El encargado de llevar a cabo todas estas tareas rutinarias, y miles microtareas más, es el inconsciente. 


Mientras, la parte consciente está ocupada pensando en la agenda que tiene para hoy, el llamar al restaurante para reservar mesa para la cena de aniversario con la pareja… ¡o dónde narices puse anoche las llaves del coche!


Hasta ahora parece que sufrimos de doble personalidad, pero no, relájense, los procesos mentales son una combinación entre procesos conscientes e inconscientes, interactuando de un modo fluido. Es imposible procesar todo lo que sucede a nuestro alrededor, es por ello que el inconsciente gestiona su 90% sin molestar a la parte consciente, dejando que esta se active solo ante estímulos nuevos o relevantes. 


Entre 10 y 12 millones bits es lo que el inconsciente es capaz de recibir simultáneamente, mientras que el consciente percibe como máximo 40 de esos mismos bits. ¡Hablamos de una enorme diferencia de procesamiento!


Si pensamos que la parte consciente de nuestra mente se sitúa, generalizando mucho, únicamente en la corteza cerebral, y que esta tiene aproximadamente un mm de espesor, empezamos a ver las limitaciones de “hardware” que soportan todo el “software” de la consciencia. Si a ello añadimos que los procesos conscientes consumen la mayor parte de la energía que necesita nuestro kilo y medio de gelatina, cada vez es más evidente la necesidad de ese 90% de trabajo rutinario inconsciente, que a modo de filtro selecciona la información relevante, obviando lo irrelevante, para que la procese el oneroso consciente. 


Este filtro permite que no nos saturemos con la enorme cantidad de información que hay a nuestro alrededor, dado que es imposible que podamos estar atentos a todo lo que percibimos. El inconsciente es el que se encarga de funciones del momento mientras mente divaga, nos protege del entorno en el presente, para ante un peligro dado focalizar la atención en el mismo y poder reaccionar.


Cada experiencia, insisto en ya sea vivida o visualizada, deja una huella en la memoria inconsciente, creando una gran base de datos que influye en la toma de decisiones, lo que genera que gran parte de las decisiones que tomamos cada día sean aparentemente instintivas y basadas en procesos ajenos a la lógica. 


Valorar pros y contras requiere invertir mucho tiempo, recursos y energía, con un resultando ineficaz en el mejor de los caos, o letal en un enfrentamiento armado. En un enfrentamiento las decisiones instintivas son siempre más eficaces, mucho más eficaces, que las decisiones racionales. 


Con todo lo anterior, si basamos el entrenamiento en principios sencillos tendentes a ignorar la información irrelevante, mientras se seleccionan una o dos buenas “reacciones generales”, normalmente es más probable sobrevivir, ya sea en un enfrentamiento armado, en una competencia deportiva o en el rutinario día a día. 


Lo cierto es que el inconsciente hace el trabajo sucio de evitar que nuestro "gravoso” pensamiento consciente se sature de información… démosle su espacio y aprendamos a usarlo con eficacia.


Aprender de los errores para acercarnos a la excelencia.


Los errores nos acercan a la excelencia más que los éxitos, y esto es aplicable tanto en el uso de la armas y la violencia por razones legítimas, como para el día a día de cualquier ser humano. 


No hace mucho lo comentaba con una amiga, ejemplo relevante de lo que pretendo explicar en este artículo, sobre la enorme importancia del error en el verdadero aprendizaje. Comentaba que en mi experiencia personal, y la observada en otros, hay una “alergia” social a los errores, y mucho más a reconocerlos. Pero que si analizamos esta cuestión con un poco de calma, Tiger Woods, Michael Jordan, mi buen amigo Eduardo de Cobos… y una de las mejores atletas femeninas de crossfit como es ella, están en esa posición de elite mundial gracias a los cientos o miles de golpes que no llevaron la pelota al hoyo, las miles de veces que el balón no atravesó la cesta, a los miles de proyectiles que no acabaron en el cm cuadrado exacto donde deberían estar, así como a las cientos de frustraciones sufridas cuando un ejercicio atlético no le salió con el nivel que  era requerido por ella misma.


El éxito es superar y aprender de esos miles de errores cotidianos o excepcionales que, si somos inteligentes, nos enseñarán magníficas lecciones que nos acercarán paso a paso a la inalcanzable excelencia, respecto a la cual le comenté que creo que su excepcional lucha por alcanzarla en su campo es el vivo ejemplo de lo que comento.

Nuestra vida es un aprendizaje constante, en lo referente al combate quizás con más razón, donde cada una de las cosas que nos suceden en nuestro día a día tienen un impacto directo sobre nosotros, ya que tanto si salen bien como si salen mal hacen que se desencadenen otro tipo de acontecimientos y reacciones en nuestro desempeño, sea este cual sea y en el campo que sea. 


En muchas ocasiones, aquello que teníamos planeado ejecutar no sale de la manera que buscábamos, lo que nos genera frustración, puede ser que nosotros mismos no hayamos calculado bien la forma de, por ejemplo, realizar ese ejercicio de tiro que nos han marcado, lo que resulta en un mal resultado, al que llamamos error, y nos hace sentirnos culpables de que no haya funcionado como teníamos en mente. Muchos llegan a frustrarse y bloquearse, mintiendo, y mintiéndose a si mismos incluso, sin darse cuenta de que los errores cometidos son siempre esa oportunidad de aprender y poder aplicar los conocimientos adquiridos en el futuro, primero para corregirlos y después para que podamos evitarlos, para finalmente lograr conseguir, con disciplina, paciencia y esfuerzo, los resultados deseados en primera instancia.


He podido ver, y sufrir en muchos casos, que la gran mayoría de personas que se frustran y bloquean ante los errores, con los resultados que todos podemos detectar, suele ser aquella que tiene poca o ninguna confianza en sí misma, pese a la imagen contraria que en muchos casos pretende “vender”. Debemos comprender la enorme importancia de creer en uno mismo, siendo esencial para ello el reconocer que todo el mundo comete errores y que quien no los comete es por dos simples razones, a saber, no haberlo intentado siquiera o... simple y llanamente, miente. 


Inseguridad que acaba degenerando en el miedo al fracaso, mucho más agudizado frente a otros, lo que hace que vivan con una ansiedad que les impide aprender, crecer y mejorar.


La mayoría de cosas que aprendemos en la vida lo hacemos a través del ensayo-error, es decir, que probamos ha realizar algo y si nos sale bien sabemos que tendremos éxito si repetimos dicha acción de este modo, pero si nos sale mal aprendemos que esa no es la manera indicada. ¿No me creen? retrocedamos en el tiempo....


Recuérdense a si mismos el primer día que se sentaron ante el volante de un automóvil y se vieron en la necesidad de pasar de 1ª a 2ª, y a las siguientes. Recuérdense en pensar ¿qué pedales debo pisar? ¿Acelerador? ¿Freno? ¿Embrague? ¿Hacia dónde debo mover esta &$%)"·ª palanca? Y todo ello manteniendo el vehículo en la parte asfaltada correcta de sus respectivos países… 


O piensen en un bebe que da sus primeros pasos y se cae repetidamente, e imaginen por un momento que ocurriría si pensase con total convencimiento algo del estilo de, “mejor dejo de intentar caminar, esto no es para mi”. 


Hoy en día, además. los errores no se aceptan con facilidad y, en la mayoría de las ocasiones, se penalizan socialmente en exceso. El miedo a equivocarnos nos paraliza y evita que por temor nos atrevamos a realizar retos situados fuera de una muy reducida zona de confort. No existe la cultura social de revisar el error para extraer todo su aprendizaje. Preferimos repetir algo que dominamos aunque este mal, para luego explicar, tanto hacia los demás como para nosotros mismos, que lo hacemos por las razonas, a veces, más peregrinas.


Medir en base a la perfección de otros es la gran ficción en el aprendizaje, si algo sale perfecto no estamos aprendiendo, no estamos haciendo algo “nuevo”, estamos practicando, entrenando si se quiere, algo que ya dominamos y entendemos. 


Los logros de grandes personas a lo largo de la Historia, así como muchos descubrimientos científicos se lograron gracias al ensayo y error. El ensayo y error de 10000 repeticiones y de 10000 horas de esfuerzo disciplinado, inteligente y enfocado. Lo que hace “grandes personas” en la Historia son sus errores, después de todo necesitamos cuatro veces más refuerzo positivo y ánimos cuando nos equivocamos que cuando tenemos éxito. Eso es lo que realmente les ha dado el éxito y las ha hecho grandes en la Historia. 


Quien no se permite equivocarse, limita su libertad. 


Ante un error podemos juzgarnos, criticarnos y hundirnos, o podemos tomar la gran oportunidad que nos brinda. Cada actividad debe ser una aventura, en lugar de una prueba, y cada error debe ser una palanca de análisis y aprendizaje, no un gran fracaso personal. Hay que evitar el miedo atenazante a no estar a esa hipotética altura que nos lleva a mantenernos en una ridícula y cada vez más reducida zona de confort, lo que nos priva de la oportunidad de experimentar y crecer. Es primordial cambiar la concepción que tenemos del error. Hemos de desprendernos de esa valoración negativa, de esa asociación con el fracaso o la incompetencia.


El error es parte del camino de todos nosotros, nadie pasa por la vida sin cometer fallos, no solo es una parte del camino, es un elemento esencial. 


Cometer errores es el paso previo al aprendizaje. Cada vez que en un campo de tiro, en un entrenamiento o incluso en un operativo real cometan un error, tengan en cuenta esta pequeña lista de chequeo:


1. Así es como aprendemos.

2. Así es como logramos lecciones positivas inesperadas.

3. Así es como sabemos quiénes somos.

4. Así es como nos liberamos de la zona de confort para perseguir nuestras metas.

5. Así es como clarificamos cuáles son nuestras verdaderas prioridades.

6. Así es como podemos reírnos de nosotros mismos... más tarde.


Cuídense y cuiden de los suyos.

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