domingo, 12 de octubre de 2025

Portando un arma en el mundo de Yupi.

Portando un arma en el mundo de Yupi.

Por Cecilio Andrade.


“Intentar aprender algo sobre todo y todo sobre algo”. 

“Camina siempre por la vida como si tuvieses 

algo nuevo que aprender y lo harás”.

Vernon Howard.


Mi filosofía personal... o eso creo.

Mi filosofía personal del combate es simple y concreta, algunos dirán que obvia y lógica, la opinión de otros muchos se decantará a que es bárbara y políticamente incorrecta para “su” civilizado y magníficamente ordenado mundo actual.

Para mí, una vez en combate, la única meta es vencer, teniendo muy claro que basándome únicamente en la defensa raramente podré obtener la victoria. 

La espada es más importante que el escudo, pero no por ello dejaré de emplear ese escudo como punto de partida para mi espada. También tengo claro que las técnicas que empleo son más importantes que ambos “objetos”, ni olvido jamás que todo lo que ejecute se apoya en ellos. 

Con lo cual, como desarrollo lógico final, mi única arma, la definitiva para mí al menos, es la mente. Todo lo demás son simples suplementos y herramientas más o menos caras, más o menos complicadas.

Que admiro, respeto y releo hasta la interiorización a Miyamoto Musashi no es un dato nuevo para quienes me conocen o me leen con mayor o menor asiduidad. Más bien dirán que soy repetitivo y aburrido respeto a ello. 

¿Qué les puedo decir?

¿Busquen otros textos más amenos? 

En lo que nos concierne para el presente ensayo me viene a la mente que en la Edad Media, tanto en oriente como en occidente, todos aquellos que querían crecer y desarrollarse en un arte, guerrero o no, solían emprender un peregrinaje formativo, viajando de escuela en escuela, de maestro en maestro, aprendiendo, desarrollándose y creciendo en experiencia, hasta lograr alcanzar el anhelado título de Maestro.

Algo que por otro lado alcanzaba una ínfima parte de los “peregrinos”. 

Miyamoto Musashi lo alcanzó con creces sin duda. En el Japón medieval el peregrinaje que realizó el Maestro recibía el nombre de “Musha Shugyo”.

No sé cuando comencé mi particular “Musha Shugyo” para aprender todo lo que me fuera posible sobre el combate. No recuerdo haber dejado, o haber empezado si vamos a ser más exactos, de pensar en ello alguna vez. De cuando era niño mis recuerdos me traen imágenes de juegos y lecturas bélicas, deseos de poder comprender cada detalle que caía ante mis jóvenes e inocentes ojos. Ello me ha llevado a convencerme y compartir la opinión de modernos, y auténticos, maestros sobre que el combate con armas de fuego es un arte marcial en sí mismo.

Al principio trataba todo de forma separada y compartimentada, como todos, imagino; técnicas de golpeo, técnicas de suelo, técnicas de cuchillo, técnicas de palo corto, de palo medio, de palo largo, de lanza, técnicas de desequilibrio, Etc. Etc. Etc… 

Al cabo de los años y con más experiencias, buenas algunas, malas pero ejemplarizantes la mayoría, acabé descubriendo que todo lo que “sabía” y aplicaba se había convertido en un único Arte Marcial, donde combatir era la única cuestión importante y vencer su meta. 

A día de hoy ya no distingo entre combate con o sin armas, entre armas de fuego y contundentes o punzo-cortantes, entre uno o varios agresores, entre pistola y fusil o escopeta, o, cuando me da el “aire” frikie, la espada láser. Ya no hago distinciones, tan solo matizaciones técnicas. 

Las bases y fundamentos son las mismas, las técnicas son meras adaptaciones, el arma es la mente y todo lo demás son herramientas y conceptos. 

Ni más ni menos.

Entonces, antes de continuar, ¿dónde y como tienen su arma?


La responsabilidad de portar un arma.

De lecturas, y mi paso por Thunder Ranch, se me grabaron a fuego dos frases de Clint Smith; la primera es tan simple como obvia, y quizás por ello es la que más veces, y por más “expertos”, se ignora. 


“Es difícil aprender nuevas técnicas en medio de un combate”


Es por lo que esta frase comunica que no me permito separar la forma de encarar un combate en base a las herramientas que empleo, ni a los escenarios donde se desarrolla, ni contra quienes combato.

La otra frase que aplico es tan políticamente incorrecta que en muchos casos me la reprochan e intentan rebatir como bárbara y falta de ética. A saber...


“¡Vence siempre!

¡Haz trampa siempre!”. 


-- ¿Trampa?

-- ¿Cómo puedes recomendar que los buenos hagamos trampa? 

-- ¡Cecilio!, que decepción contigo.

Bueno, desgraciadamente debo dar una información para para todo aquel y aquella alma cándida que me reproche algo de lo anterior, el mundo en el que vivimos es un mundo violento, donde los “problemas” pueden aparecer, y lo harán, en cualquier momento, sin aviso previo ni email o WhatsApp de advertencia. 

No sé para Uds. pero mi criterio en este contexto es muy simple, lo mejor es estar preparado para actuar con contundencia y sin dudar, que posteriormente lamentar lo que pude haber hecho pero no hice. 

¿No me creen? 

Ok, no me importa, pero lo siento por Uds.

En cualquier combate por la vida, propia o ajena, no hay reglas. El “malo” empleará cualquier ventaja, traición y sorpresa que logre robarnos para vencer. Todo ciudadano, oficial de protección, policía y militar tiene leyes y normas que regulan su proceder, las cuales definen unas Reglas Operativas de Enfrentamiento que no se pueden violar. 

Cumpliendo esas ROE con un agresor frente a nuestras miras, y por tanto siendo justificado dispararle, es estúpido convertirse en un ilusorio e irreal caballero andante regalándole la oportunidad de dispararnos primero. Seremos responsables ya no solo de nuestros propios disparos, sino también de los que le permitamos realizar a ese agresor, o agresores más probablemente. 

Lo éticamente correcto es eliminar el riesgo que representa, y para ello no debemos permitirnos pensar en forma de una justa o torneo medieval, ni en una más moderna competición deportiva, en ambos casos con reglas definidas, claras y limitantes.

¿Qué nos toca hacer?

Simple, emplear todo lo que tengamos en nuestro poder para neutralizar cualquier situación violenta posible antes de que pase de ser un riesgo potencial a convertirse un hecho desgraciado.

Por cierto, hablando de caballeros andantes y reglas, hasta un caballero andante ideal e iluso, como fue nuestro Ilustre Hidalgo Don Quijote de La Mancha, no dejó su lanza, ni a su fiel Rocinante, porque el “gigante” no dispusiera de un arma igual de letal que la suya. 

Iluso y ético, si, inocente y estúpido, ni en broma.


Pensar en el combate.

Algunos de Ud´s quizá recordarán algunos textos sobre Psicología del comportamiento con los que los he castigado en el pasado. En ellos hacía hincapié en actitudes, acciones, lenguaje corporal y gestual nuestro y de los agresores.

¿Los recuerdan?

¿No? 

No importa, en este ensayo se los encontrarán algunos capítulos más adelante.

Dicha información no verbal permite detectar puntos, debilidades si lo prefieren, de las que sacar ventaja. Algo aplicable en y hacia los dos lados de la línea de la ética, la falta de ella en los malos y la esmerada en los buenos. 

Conducta y acciones definirán nuestra capacidad de supervivencia, ya sea en las situaciones más rutinarias y cotidianas como en los eventos más exigentes y traumáticos. Los mejores depredadores de la Naturaleza, leonas, lobos, hienas, etc., buscan las debilidades antes de decidir a quién atacarán. Los depredadores Homo Sapiens no somos distintos.

Existen miles de documentos donde esos mismos depredadores, ¿sapiens?, confirman que si sus potenciales víctimas les transmitían una imagen de estar atentas, ser decididas y actuar profesionalmente, dudaban sobre la conveniencia de atacarles o no. Y como sin duda ya saben la duda no es amiga de los ataques exitosos, y mucho menos de las reacciones de defensa efectivas. Así que ya saben, generen duda en los potenciales depredadores, pero no duden jamás en ser enérgicos y decididos en defenderse o defender a terceros.

Pero aquí surge un aparente problema, los presentimientos no dan base legal ni ética para realizar un ataque preventivo, sean Uds. abogados o no sé qué estarán de acuerdo con este punto. Nuestra “acción” debe ser siempre una “reacción” a los “actos” reales de la amenaza, no de sus hipotéticas  intenciones. Pero reconocer a nuestros instintos e "intuiciones, mas adelante podrán leer sobre ellos de una forma más científica, cuando nos alertan implica que debemos preparemos para anticipar sus acciones, basándonos siempre en las actitudes y acciones reales de la potencial amenaza detectada. 

El monje y Maestro Zen Yamamoto Tsunetomo en su obra “Hagakure”, escribió, entre otras cuestiones  y a modo de guía de los samuráis...


“El Samurái desde que abandona la puerta de su casa hasta que regresa a ella,

actuará siempre como si estuviera bajo los ojos del enemigo”.


Pocas cosas han sido, son y serán, no creo que cambie en varias generaciones, tan ciertas y reales como ese extracto, por más que les desagrade a los amantes del ilusorio y políticamente correcto mundo de Yupi.

En un mundo perfecto dichas palabras, podrían considerarse agresivas, violentas o cuando menos paranoicas. Pero si en su época, siglo XVIII según el cómputo occidental, no estaban fuera de lugar menos lo están en el cada vez más violento y ya post-adolescente siglo XXI, por mucho que lo deseemos es un hecho contrastado. 

A todos nos gustaría pensar que la bondad humana es universal, y que como somos vegetarianos y mimamos a los gatitos un tigre hambriento no nos va a devorar nunca. Por desgracia, por mucho que les disgusten mis palabras a muchos, y muchas, el mundo es bastante más cruel y peligroso de lo que nos gusta reconocer. O quizás cruel no sea el término correcto, peligroso si pero no cruel, lo más correcto quizás esté cercano al término “neutral”.

Debemos suponer siempre que alguien nos evalúa, y que esa evaluación no siempre es amigable y respetuosa, así como que algunos de esos “evaluadores” son depredadores potenciales, y de estos unos pocos están armados, dispuestos y capaces. Si les dejan aproximarse les estarán regalando la oportunidad que buscan.

¿No les gusta mi escenario? 

Lástima, ¿me pueden demostrar dónde está mi error?


El único propósito debe ser vencer.

El propósito de combatir es vencer, creo que ya lo expliqué con más o menos eficacia en las primeras líneas. Y para vencer en muchos casos nos veremos obligados a ser letales, a disparar, logrando sobrevivir solo y únicamente si damos en el objetivo. Sólo los impactos precisos cuentan. 

Pero aun así, impactando, no implica que vayamos a vencer per se, tan solo quiere decir que estamos utilizando y aprovechando nuestra “ventana de oportunidad”. Para vencer debemos seguir batiendo al objetivo hasta neutralizarlo, en el mejor de los casos, o, en el peor, hasta que ya no podamos hacer nada más.

El Maestro  Tzu dijo... 

“Las reglas de la milicia son cinco: 

medición, valoración, cálculo, comparación y victoria. 

El terreno da lugar a las mediciones, 

las mediciones dan lugar a las valoraciones, 

las valoraciones dan lugar a los cálculos, 

los cálculos dan lugar a las comparaciones, 

las comparaciones dan lugar a las victorias.” 


Y ¿qué “arma” hace todo lo que exige la lección del Maestro Tzu? 

Si, acertaron, su cerebro, su mente. Su mente es el arma, lo demás son simples herramientas más o menos sofisticadas y caras. No lo olviden nunca ...


 “El arma es el hombre.”


A estas alturas ya está meridianamente claro que un arma de fuego, de cualquier tipo en realidad, es simplemente una herramienta que se emplea para cumplir un cometido específico y puntual. Salvar vidas en el lado “bueno”, robarlas en el lado “malo”. La realidad última es que combatimos con nuestras mentes.

Esto es tan estadísticamente comprobable como que el combate es un 20 % externo, o físico, y un 80 % interno, o mental.

Si en un combate, del tipo que sea, creemos que simplemente por portar y empuñar una arma el agresor se va a echar atrás sin más, vamos directos al más infausto resultado. 

En los países del “primer mundo” se dispone de normas sociales y jurídicas para gestionar los conflictos de formas no-violentas, y aun así esos conflictos nunca desaparecieron, ni creo que lo haga en breve. 

“Aprendimos” desde bebes que “dos no discuten si uno no quiere”.

“Aprendimos” a depender de la buena voluntad de cada uno de los implicados para retirarse a tiempo. 

Indefensión aprendida le llaman muchos expertos. 

Lo cierto es que este mundo “potencialmente” ideal jamás existió ni se acercó a ese ideal. 

Pero, más en detalle aun, en ese “primer mundo ordenado y civilizado” jamás existió tampoco de forma completa y perfecta un lugar 100 % seguro. Añadan que el primer mundo apenas ocupa un 20 % de todo el planeta; y finalmente consideren que en el resto de los “mundos” de esta bola de barro espacial, sus habitantes no dan un paso atrás, con razón o sin ella, ya que nunca aprendieron socialmente la forma de hacerlo.

En ese resto todo es cuestión de reputación y esta se degrada si dan ese “paso atrás” conciliador.

¿Queda lejos de su casa este escenario?

¿De su “ordenado y seguro mundo”? 

Contéstense Uds.


Cosas que ya “sabemos” sobre el combate con “armas de fuego”.

Creo que lo he dicho varias veces ya en el presente texto introductorio al ensayo, pesado de mí, debemos tomar aquello que sea de utilidad de todas las artes de la lucha para conformar el último, hasta ahora, arte marcial, el combate con armas de fuego. 

Si prefieren emplear una terminología oriental para sentirse más identificado con eso tan esotérico como es un “Arte Marcial”, creo recordar que los japoneses llaman “Ho-Jutsu” al arte marcial en el que se emplean las armas de fuego. Si algún experto me corrige de mi posible error de nombre se lo agradeceré.

 Lo usual pero no siempre lo real es que para que alguien suponga una amenaza tiene que estar armado.

Independientemente de armado o no, ese concepto implica que visualmente debemos centrar nuestra atención sobre las manos del potencial agresor o agresores.

Lo más sencillo del mundo, ¿verdad? 

Lo malo es que somos Homo Sapiens y ese simple gesto nos resulta casi imposible sin entrenamiento.

¿No me creen? 

Somos de la especie Homo Sapiens, de  la orden de los primates y la familia de los homínidos; por todo ello, por lo que somos antropológica y evolutivamente, va en contra de todas nuestras tendencias naturales mirar a otro lugar que no sea a la cara, sea en un combate o en una conversación.

Con seguridad si alguna mujer lee estas líneas dirá que el macho de la especie tiende a mirar a otros “lugares”, y seguramente tenga razón, pero no para el tipo de combate que nos ocupa ahora, respecto a “otros combates” no me toca opinar hoy. 

Disculpen la digresión más o menos humorística.

Otra cosa que sabemos, y es muy común escuchar en conversaciones técnicas, sermones y sentencias doctrinales, así como conferencias magistrales sobre potencias de cartuchos, poder de parada, de detención, de incapacitación, sobre capacidades de municiones, de cargadores, sobre distancias de miras, alcances, etc.  “Sabemos” que un fusil “es” siempre mejor elección para combatir. Es correcto pensar que la buena precisión del fusil a larga distancia resulta ideal para que podamos aumentar la distancia entre nosotros y la amenaza al mismo tiempo que reducimos la exposición como un posible objetivo alcanzable. 

La elección del calibre adecuado es la más importante de las opiniones que todo “experto” debe asumir. A veces muy por delante del tipo de arma o el número de disparos de esta. Todos conocemos, sabemos y opinamos sobre sesudos estudios respecto a que el 9 mm Parabellum es débil pero con gran capacidad; el .45 ACP es muy potente pero de reducida capacidad; el .40 S&W es potente, controlable y posee una capacidad aceptable, etc.

Seguro que mis lectores se sienten identificados con comentarios de este tipo. 

La cruda realidad es que ciertamente lo único importa es poder dar al objetivo una y otra vez hasta que este sea neutralizado y/o deje de ser un riesgo. Ya hablemos de una liliputiense pistola de calibre 2.7 mm. Kolibri o un fusil de 12.70 mm. BMG, solo cuentan los impactos que alcanzan el blanco, el resto son mero consumo de recursos en el mejor de los casos. En el peor implica bajas inocentes. 

Otra cosa que “sabemos” sin dudar es que la pistola es defensiva por naturaleza y diseño, y que se emplea de forma mayoritaria “simplemente” porque se puede llevar encima a todas horas de forma cómoda. Obviamente tenemos claro que si vamos hacia un combate planificado preferimos tener un fusil a una pistola. 

Un fusil, normalmente, tiene más capacidad de munición, lo cual es una ventaja más que evidente, si consideramos que una mayor capacidad del cargador no implica disparar más cantidad sino el no tener la necesidad de “perder” tanto tiempo recargando el arma más a menudo. A menor número de recargas del arma más tiempo estaremos concentrados en el combate. Si a eso añadimos que el fusil se empuña, a veces el cargador mayor ayuda también a ello, de forma más firme y estable, las preferencias están más que definidas. 

Pero ese simple 1+1  igual a 2… ¿es siempre tan simple?

Algo que también “sabemos”, fuera de cualquier discusión es que todas y cada una de las diferentes y posibles manipulaciones del arma, las que sean, tienen que repetirse metódicamente hasta el punto de convertirse en acciones subconscientes. Ante una interrupción del ciclo de disparo la mente consciente identifica el motivo, para a continuación la mente subconsciente tomar el control y realizar toda la secuencia de movimientos necesarios para solucionar el problema y volver al “juego”.

“Sabemos” que en un combate el “más rápido gana”. 

¿Correcto? 

No sé lo que harán Uds., aunque en muchos casos puedo intuirlo, personalmente nunca entreno para ser el más rápido. Repito cada detalle de las secuencias de movimientos de la forma más precisa que me es posible. Esa precisión detallada y controlada en cada gesto y movimiento me da unos intereses generosos, me regala velocidad simplemente porque no hay movimientos innecesarios. 

La velocidad es el resultado de no tener excesos, tanto de gestos superfluos como de errores que deba identificar y corregir.

Cuando realizo entrenamientos que implique acciones corporales y físicas siempre realizo todo por debajo del 85 o 90 % de mi capacidad. Muy raramente voy al 100 % y más allá, salvo en situaciones evaluativas. 

“Descubrí” que al actuar al 100 % me veía obligado a ir más allá de mis propias posibilidades, donde no tengo margen alguno de error y corrección para las equivocaciones, y las cometo, muchas, ¡vaya si las cometo! 

Trabajando en torno del 85 % estoy internamente confiado y relajado, “sé” que puedo actuar con eficacia y un margen de respuesta eficaz ante los errores que sin duda cometeré en combate. Trabajar al 100 %, o más allá, implica no poder controlar los propios movimientos y no tener margen alguno para la adaptación y la corrección, que sin duda necesitaré en combate.

Una cuestión moral y ética que afecta al mundo real de la legalidad es que cuando actuamos contra una amenaza con un arma, disparando en el caso que nos ocupa, lo hacemos para obligarle a cesar como amenaza efectiva, nunca para matarla. Obviamente dadas las zonas sobre las que debemos disparar para lograr esa neutralización con eficacia, hablo del centro de masas y del cráneo, el agresor con bastante probabilidad morirá, o tendrá muchos números en el sorteo para lograrlo. 

En cualquier caso esos no es el efecto que conscientemente buscamos. Nuestra misión es simplemente neutralizar la capacidad de agresión y amenaza, neutralizándolo tan rápidamente como sea posible, o “convencerlo” suficientemente como para que decida abandonar la pelea.


Más cuestiones prácticas que también “sabemos”.

Recordemos algunos detalles que también todos “sabemos”. Ya que… 

¿Verdad que los saben? 

Si, seguro que sí.

Algo que  todos Uds. hacen, sin duda alguna,  es que tras una aparente pausa o final del combate, recargan de forma inmediata para disponer su arma con la máxima capacidad posible en prevención de probables complicaciones.

Lo cierto es que, si lo piensan un poco, esta regla puede aplicarse tanto en combate como en la vida diaria y solo en cuestiones de armas ni de asuntos violentos.

Otra cosa que todos “saben”, y aplican sin dudar (¿o no?),  es la regla de permanecer siempre en movimiento. Permitirnos el lujo de disparar desde una perfecta e inmóvil posición de tiro es, obviamente, un grave error en la mayoría de los enfrentamientos. 

La dirección de nuestro movimiento no es lo de menos, pero si es de muy difícil, yo diría que imposible, estandarización en el entrenamiento. La dirección del movimiento es una cuestión que vendrá determinada por el entorno y escenario, avanzando o retrocediendo, a un flanco o al otro, en oblicuo, perpendicular o frontal; lo que hagamos se basará únicamente en buscar todo lo posible para evitar que puedan situarse las líneas de tiro de los adversarios sobre nosotros de forma cómoda y fácil.

Además de todo ello debemos saber combinar todo ese movimiento con disparos precisos sobre el objetivo. 

Sencillo, ¿verdad que sí?

El insigne, al menos para muchos como yo lo es, Coronel Jeff Cooper opinaba que el sistema DA, doble acción, de las pistolas era simplemente “una ingeniosa solución para un problema inexistente”. Estemos de acuerdo o no con sus palabras, lo cierto es que para muchos el primer disparo en DA es siempre un quebradero de cabeza, y para la mayoría es la excusa perfecta para perder ese disparo sin menoscabo de su reputación como invencibles tiradores tácticos.

Aparentemente el adiestramiento, aprendizaje y empleo para el combate resulta más sencillo cuando la pistola semiautomática es de simple acción, SA. La SA aparenta ser más fácil de aprender y sobre todo es constante en la presión a ejercer para todos y cada uno de los disparos.

Por lo contrario,  con las pistolas de DA la probabilidad de lograr un impacto preciso con el primer disparo disminuye de forma alarmante, amén de que la diferente tensión del disparador entre el primer disparo y los siguientes provocará que más del 50% de esos primeros disparos no impacten en el blanco. 

Cada uno de estos dos sistemas básicos de disparo para pistolas, ya hay una infinidad de siglas más en liza, no sufran, en realidad tienen sus pros y sus contras que debemos conocer en detalle; esglosarlos sería plagiar miles de artículos de defensores de uno u otro sistema. 

Lo único cierto es que con el entrenamiento adecuado, en tiempo, constancia y realismo analítico, no hay diferencias de efectividad entre el empleo de un tipo de arma u otro.


Factores ¿determinantes? en combate.

En referencia a cualquier acción armada, surge siempre una pregunta...

¿Qué factores son los que intervienen en la supervivencia de un operador en una situación de alto riesgo? 

En muchos de mis trabajos anteriores, conferencias, seminarios y cursos comento varios puntos que considero como determinantes en combate, y según muchos autores y profesionales podríamos añadir, o quitar, algunos más, pero me van a permitir que los refunda todos y los reduzca a cinco, a saber:

      • Táctica.
      • Preparación física.
      • Equipo.
      • Conocimientos técnicos.
      • Preparación mental


Con estos, ¿simples?, cinco puntos logramos comenzar a trabajar y a pensar con efectividad, para convertir una situación de alto riesgo en otra más favorable a nuestra supervivencia. 

Por cierto, aunque no lo he incluido en el listado anterior quizás debería incluir algo sobre lo que personalmente no he logrado control alguno, ni creo que lo logre jamás, me refiero a ese imponderable al que llamamos “azar”, o “suerte” para muchos.


Táctica.

Es la primera variable a tener en cuenta, el "concepto táctico" correcto. 

Tácticas adaptadas a los entornos probables de actuación, a los adversarios, al equipo con el que contamos, a los compañeros, etc. Pero que se resumen en dos palabras concretas, adaptación y naturalidad.

La mejor táctica del mundo fracasará si fracasamos en el intento de adaptarla al entorno en el que nos encontremos en ese instante crucial; al igual que si somos incapaces de actuar correctamente de forma natural y espontánea ante un evento violento y sorpresivo.

Si en ese “momento violento” debemos pensar y estudiar cada acción a realizar, nuestra mente no estará enfocada realmente en la acción, con lo cual reaccionará siempre tarde ante cualquier situación que se nos presente.

¿Estamos de acuerdo?


Preparación física.

Una forma física aceptable, sin necesidad de ser atletas olímpicos, permitirá reaccionar con mayor prontitud, tener mejores reflejos en argot común, así como mantener el nivel de estrés de una forma mucho más gestionable y controlada para nuestro organismo y mente.


Equipo acorde y adaptado.

Si el equipo no es cómodo en su porte, excesivamente pesado, nos falta algo importante, no es práctico, impide un rápido uso del mismo y, sobre todo, si reconocemos todos estos factores desfavorables y somos conscientes de todo ello, sin duda alguna veremos frenada la efectividad de nuestras actuaciones.


Conocimientos técnicos.

Desconocer nuestras armas y equipo, ser incompetentes en su empleo, manejo y capacidades, generará que nuestra eficacia se vea muy mermada o sea prácticamente nula, aunque todos los demás puntos estén perfectamente cubiertos. 

Todas nuestras habilidades deben ir en consonancia con las tácticas a emplear, tanto sea en una acción de autodefensa como en un asalto de alto riesgo.


Preparación mental.

Nuestra única, real y más eficaz arma, la mente. 

Si ésta, se encuentra total y completamente concienciada de su correcta capacidad y nivel de respuesta, del más perfecto entrenamiento posible y sobre todo de la capacidad para sobrevivir a toda costa, entonces tenemos realmente un 80 % de posibilidades de salir airosos de cualquier situación potencialmente letal. Somos tan fuertes y eficaces como nuestra mente crea serlo.

Siempre y cuando el trabajo de educación de esa mente haya sido realista y consecuente, sin falsos objetivos ni autoengaños. Nuestro principal enemigo siempre lo seremos nosotros mismos, principalmente a través del autoengaño y el ego mal enfocado. 


A caballo de lo anterior, a muchos les asombra, incluso hasta enojarse, cuando se comenta que el operador mejor entrenado y más preparado del mundo se puede quedar paralizado la primera vez que alguien le apunta con un arma. O cuando escucha por primera vez disparos dirigidos contra su persona. “La experiencia es un grado”, es una máxima que  solemos escuchar muy a menudo, sin darle mayor importancia que la repetición a modo de mantra, cuando realmente es una gran verdad.

Sin experiencias previas nuestro cerebro tarda en reaccionar, alargando los tiempos de observación, orientación, decisión y actuación. De ahí la enorme importancia que posee un entrenamiento lo más realista y analítico posible.

Pese a todo, recordando un viejo axioma bélico, ningún entrenamiento, por más perfecto y realista que sea, reemplazará a la experiencia de defender la propia vida o la de terceros.

Resumiendo, la concatenación de los cinco puntos citados, forma un bloque único, en el que si uno solo de ellos falla el conjunto se resiente. 

Conseguir que este conjunto forme un todo con nuestro trabajo diario, único, coherente, realista, en continua evolución y adaptación, capaz, etc., es algo no solo muy difícil de lograr, si no que en muchas ocasiones nosotros mismos lo hacemos imposible. 

El ambiente laboral, social y político, por un lado, junto con los problemas personales del día a día de todos, pueden mermar capacidades hasta el punto de incapacitarnos para generar una respuesta adecuada a una situación de alto riesgo.

Es por ello que quizás necesitemos intentar ser más autoexigentes como operadores armados, para regresar a casa cada día y abrazar a nuestros seres queridos, sin dejar, a la vez, de realizar el trabajo que se nos ha encomendado de forma segura y eficaz.

Nuestra mente será siempre nuestra mejor aliada, o nuestra peor enemiga. 

De nosotros depende.


Adiestrando con el Sentido Común.

Para adiestrarnos a nosotros mismos, y a otros, lo primero es demostrarnos y comprender perfectamente bien todas las acciones implicadas. 

La mejor práctica siempre será cuando realicemos cada gesto, acto y acción despacio; cuando cultivemos cada habilidad y capacidad como un veterano criador de bonsáis, de forma sistemática, analítica, sacando conclusiones. 

Con todo ello en nuestro bagaje llevaremos la práctica a un lugar más real con una exigente velocidad intermedia, analizándonos mediante la crítica constructiva y real. Entonces quizás, nada es seguro al 100 % en este “arte”, podamos considerar que nos estamos acercando a un punto de verdaderos expertos. 

De cualquier forma debemos siempre terminar, y hacer que nuestros puntuales alumnos terminen también, todos los ejercicios de adiestramiento con la sensación de realización y crecimiento, sintiendo interiormente resultados verdaderamente positivos.

Dicen, y yo mismo lo repito hasta aburrir, que el sentido común es el menos común de los sentidos, algo de lo que desgraciadamente estoy cada día más convencido. 

Luchar por nuestra propia vida, o la de terceros, no es algo que guste a nadie, mentalmente sano al menos, pero que desgraciadamente debemos considerar y analizar, nos agrade o no. El mundo real nunca ha sido, no lo es ahora, y no creo lo sea en el futuro, a corto o mediano plazo, un ideal, pacífico y feliz mundo de Yupi.

Permítanme terminar este primer capítulo con una pequeña locura de un viejo amigo.

Yo no llevo un arma....

Para matar gente.

Llevo un arma para evitar que me maten.

Yo no llevo un arma....

Para asustar a la gente. 

Llevo un arma porque a veces este mundo puede ser un lugar que asusta.

Yo no llevo un arma....

Porque soy paranoico.

Llevo un arma porque existen amenazas reales en este mundo.

Yo no llevo un arma....

Porque soy malvado.

Llevo un arma porque he vivido lo suficiente para ver el mal que hay en este mundo.


¿Uds. que opinan?

¿Por qué portar un arma en el mundo actual? 

¿Por qué ser un profesional armado, buscando servir y proteger,  en el mundo actual? 


Original en Centroamérica, Diciembre de 2017

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