La supervivencia en un enfrentamiento es como el ajedrez...
Nota corta por Cecilio Andrade.
Así es, como el ajedrez, pero un ajedrez donde todos saben, todos opinan, todos son expertos y todos son maestros Jedi… en fin, permítanme ponerme serio.
Dentro del reducido y muy especializado mundillo del trabajo con armas, tanto del profesional como del legitimo usuario, casi todos saben o creen saber como ocurrirá su enfrentamiento, como lo iniciará, como lo desarrollará y, obviamente, como lo terminará. Lo cual, patologías egocéntricas aparte, me lleva a una vieja cita que dice “ningún plan, por tan bueno que sea, resiste su primer contacto con el enemigo”.
Con toda seguridad les resultará muy conocida esta cita del Mariscal de Campo Helmuth Carl Bernard von Moltke, apodado “El viejo”. Fue uno de los genios militares que ayudó a convertir a Prusia en la nación que dominó Alemania, y que finalmente generó toda la Historia conocida del siglo XX a la actualidad. “El viejo” lo dejó muy claro, y, si lo piensan bien, el más clásico y cotidiano señor Murphy también, “todo lo que puede salir mal, saldrá mal”, aunque quizás aplique mejor aquella otra de "la tostada siempre caerá al suelo del lado de la mantequilla".
Una de esas cosas que observo desde hace años en cursos, talleres, seminarios, capacitaciones o entrenamientos, y que sospecho es algo inmutable en cualquier especialidad, entorno y época de la humanidad, es la tendencia generalizada de crear respuestas del tipo si hace A yo haré B, tendencia que denomino de tablero de ajedrez.
En principio, saber qué y cómo responder en cada situación dada es positivo, pero solo en principio. La vida real no es un tablero ordenado, mensurable, con reglas fijas e inmutables, ni mucho menos previsible. “El viejo” lo dejó bien claro, el ajedrez en la vida real solo funciona si los adversarios colaboran y respetan las mismas reglas que nosotros utilizamos. ¿Lo hacen? Les dejo a ustedes contestar a la dichosa cuestión de marras.
A lo largo de los años he ido generando cierta habilidad para pensar como mis adversarios, o al menos para aproximarme a sus pensamientos lo más posible, lo cual me ha sido sumamente útil en múltiples aspectos de mi día a día. Dicha habilidad permite realizar muchos análisis de situación que ayudan evitar algunos problemas y/o escenarios potencialmente de riesgo.
¿Es una habilidad fácil de adquirir?
La verdad es que no lo es en absoluto, aunque ciertamente lo único que se requiere es prestar atención. Las experiencias vitales, profesionales, sociales, culturales e intelectuales, por citar algunas de las principales, son parte fundamental e ineludible para su adquisición y perfeccionamiento.
La inmensa mayoría de las personas analizan a los demás en base a si mismos. Seguro conocen el siguiente viejo adagio, “todo ladrón piensa que todos son de su condición”, y también es más que seguro que lo aplican tanto para lo bueno como para lo malo. Juzgan en base a su propio bagaje y comportamiento, por lo que raramente son capaces de ponerse verdaderamente en las botas del otro.
El poder pensar como los adversarios es fundamental para un tipo de entrenamiento cada vez más en boga y del que cada vez hay más supuestos expertos. Entrenamiento que mal aplicado, peor analizado, verdaderamente incomprendido, ha provocado que acabe degradado y apenas sin eficacia, generando conclusiones incorrectas y alejadas de la realidad. Hablo del entrenamiento de Fuerza contra Fuerza.
Me considero un fervoroso defensor de los entrenamientos Fuerza contra Fuerza, en todas sus facetas, no creo que esto sea un dato nuevo para la mayoría de ustedes, pero también considero que la mala o nula comprensión de este procedimiento de aprendizaje y entrenamiento genera malos hábitos si el instructor, o director del ejercicio, no capta un matiz muy importante, a saber:
Todos reaccionamos en base a nuestro entrenamiento y experiencia.
Un policía actuando como malo, si no está bien aleccionado, concienciado y dirigido, si no comprende su verdadero papel, actuará como eso mismo, como un policía actuando como malo, normalmente de forma ordenada y previsible.
El instructor debe buscar que el policía actuando como malo pase a ser y comportarse como un verdadero y genuino malo, con toda lo aleatorio e inesperado que ello implica. Ese malo que empezará por ponerse las botas correspondientes, las que le permitirán pensar mejor y más rápido como un genuino malo, buscando que el bueno tenga que responder con el mayor realismo y sorpresa que sea posible. Ambos aprenden, ambos mejoran, ambos evolucionan, ambos crecen.
Para todo ello es necesario aprender a generar pensamientos escalonados del tipo:
- ¿Cuál es el peor escenario posible?
- ¿Y el mejor?
- ¿Qué queda en medio?
- ¿Tengo las capacidades para responder a todos los escenarios?
- Y si surge algo en lo que no he pensado ¿cómo podría responder con eficacia?
Pero claro, para ello hay que dejar en casa, bien encerrado en un cajón acorazado y con candado, el tan controlador y mal aplicado ego, ese que no nos deja salir de la segura y cómoda zona de confort, donde “todo lo se, todo lo domino y no necesito probar nada”.
De ese ego hablo.
¿Es el suyo?
Cuídense y cuiden de los suyos.
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