domingo, 30 de junio de 2024

La Historia como referente para comprender el concepto de “adaptación” en el trabajo con armas.

La Historia como referente para comprender el concepto de “adaptación” en el trabajo con armas.

Por Cecilio Andrade.


 En mi forma de ver el enfrentamiento y el combate, y sobre todo instruir y transmitir para ello, considero como una necesidad sine qua non el comprender la Historia para ser mínimamente capaz de aplicar eso tan esquivo de la “adaptación” en el trabajo con armas… pero además me atrevo a añadir que esa condición se aplica a todo en mi vida. 


Es necesario comprender que con respecto a las armas, y su empleo legítimo, los conocimientos nunca son suficientes, siempre se necesita entrenar más, conocer más, avanzar más, perfeccionar más, adaptar más. Las circunstancias son las que dictan que métodos, así como la aplicación de los mismos, nos permitirán sobrevivir y/o salvar la vida a terceros.


Los mejores profesionales lo logran gracias a que analizan y comprenden las circunstancias y se adaptan a las mismas. Sus combates se materializan un 90% en su mente y un 10% con su cuerpo. No se quedan bajo ninguna circunstancia en esa aberrante y letal frase de que "siempre se ha hecho así", logran convertir aparentes irregularidades de forma en métodos para sorprender, adaptarse y superar las circunstancias. 


Esa es la diferencia entre un metódico y adaptativo verdadero profesional de las armas, Artista Marcial si lo prefieren, y un simple repetidor de técnicas, pautas y patrones exactos e inamovibles. Y ese es el talento a buscar y cultivar.

En la época feudal los únicos que recibían verdadera instrucción de combate eran apenas un 5% del total de la población, básicamente la nobleza y sus hombres de armas. Su principal misión, al menos en teoría, era guerrear, para lo cual dedicaban todos los días de su vida a entrenar para ello. Lo cierto es que es una generalización históricamente no del todo correcta, por lo que debo pedir que disculpen mi reduccionismo histórico.


En realidad era otra ínfima minoría dentro de esa minoría la que obraría así, tal y como ocurre hoy en día en academias, comisarías y cuarteles, entre otros lugares a considerar. El resto de esa minoría humana con toda seguridad solo pasearía la espada ante la plebe. Esa plebe y siervos que frente a una guerra eran reclutados sin adiestramiento ni apenas mucho más que aperos de labranza, de caza y de trabajo. 


Lo que me lleva a una de mis típicas digresiones, histórica en este caso, una gran parte de las denominadas arma exóticas de la antigüedad son simples adaptaciones y evoluciones de herramientas y aperos de labranza principalmente .


Con la desaparición del sistema feudal surgen las naciones tal y como hoy las podemos entender, y con ellas aparece la necesidad de los ejércitos nacionales. Nace el servicio militar, y el problema de instruir a miles de jóvenes cada año de una forma ordenada, coherente y eficaz. Jóvenes que carecían de la educación y capacidades suficientes para poder exigirles mucho más que la repetición mecánica y sistemática de procedimientos determinados y perfectamente definidos.


Sistema útil y necesario hasta hace no tantas décadas como nos gustaría creer, donde la base educativa, social, técnica y táctica eran tal que tan solo se podía maniobrar con grandes grupos compactos, realizando gestos idénticos a la vez, con un orden y sincronización esmerado y pulido hasta la exageración. Las armas de la época tampoco permitían mayores florituras operativas. Los dos mandamientos de esta época histórica son muy sencillos de recordar, quizás a muchos lectores les resuenen:


“Siempre se ha hecho así”.


Y ese otro tan manido de:


“No te pagan por pensar”.


Hoy en día con un teórico nivel intelectual y educativo mejorado, mayor capacidad de pensar, posibilidades de analizar y adaptar, de armas infinitamente más flexibles y letales en manos de simples individuos y poseyendo la capacidad de fuego que antiguamente podía tener una compañía de infantería al completo, seguir esa pauta de hacer lo de siempre sin pensar en todo lugar y circunstancia puede ser un más que evidente riesgo, cuando no directamente un suicidio.


Como ya comenté en textos precedentes, la anatomía varía de un individuo a otro, a lo que hay que añadir que las actitudes y aptitudes varían aun más, y finalmente ya no se avanza a la batalla hombro con hombro al toque de tambores. Hoy el militar de la unidad más convencional puede sentirse solo y aislado, y debe saber actuar en tales circunstancias. 


Pero desde luego un policía o un profesional armado tampoco es que actúe con el apoyo de helicópteros de combate en su quehacer diario. Añadan a esto que las poco ergonómicas y exigentes armas del pasado han dado lugar a otras mucho más cómodas y adecuadas. Es por todo ello que lo que en ese pasado no tan lejano era considerado imperdonable y errado, hoy en día puede resultar en procedimientos de casi obligado cumplimiento.


Un ejemplo... mozambiqueño, en este caso.


Hablando de Historia clásica del tiro defensivo permítanme contar una historia, nombrar a un Coronel y reseñar un puñado de detalles a considerar.


Llegaba tarde al aeropuerto, perdería el último vuelo y quedaría atrapado en ese país. Tenía que correr, tras esa esquina ya solo le quedaban unos cientos de metros hasta la terminal, donde podría embarcar hacia un lugar más acogedor. La esquina, girar y…. mi&%$" un pu^* rebelde con su jod%&/ AK.   


Y sí, no se indignen, en estas circunstancias todos blasfemamos como Klingon borracho.


Continuando con la historia:


La adrenalina que su organismo acababa de soltar le dio alas a todas las horas de entrenamiento de su mano derecha para ir a la cadera por la Browning High Power que portaba, desenfundar y colocar dos taponazos tan perfectos que parecía estar con sus amigos en una tranquila tarde en el campo de tiro compitiendo por unas cervezas. Por ello mismo, por la perfección de su desenfunde y tiro, bajó el arma casi relajado, aliviado incluso, lo había hecho bien, sus instructores estarían contentos, le habían grabado de forma inapelable que una secuencia así a esa distancia tumbaba a todo el mundo, …. pero ...   ¡mi&%$"! ¡imposible!


El rebelde no había caído, se tambaleaba, eso sí, pero aun estaba intentando levantar y encarar su fusil. ¡La cabeza! ¡Dale en la cabeza! le gritaba su propio e híper-acelerado cerebro. Pero lo cierto es que lo que comenzó fue un lentísimo, para él al menos lo era, paso de caracol ascendente de su pistola hasta la línea de tiro a la cabeza de aquel rebelde que también estaba alzando su AK47… no llegaría a tiempo… no lo lograría... 


Podría dejar la incertidumbre sobre si el protagonista, Mr. John Rouseau, tan poco conocido como las circunstancias históricas reseñadas, logró llevar el arma a una línea de tiro correcta para salvar su vida, pero lo cierto es que si no hubiera sido así esta técnica sería conocida por otra historia, otro protagonista, otro país y por tanto otro nombre.


Pero sí, el señor Rouseau logró elevar la pistola antes que el rebelde, aunque por los condicionantes de este tipo de acciones, estrés, prisas, precipitación, efecto túnel, y todo ello magnificado por el coctel hormonal, no logró alcanzar la cabeza como buscaba. El proyectil impactó la clavícula,  desviándose para acabar alojado en la médula espinal, incapacitando al rebelde, lo que permitió al señor Rouseau salvar su vida y subir al avión que lo sacó del país. 

Lo más importante de esta historia, después de salvar su vida, fué que se lo contó a alguien que supo muy bien que hacer con ella, nada más y nada menos que al Coronel Jeff Cooper… lo que son las cosas ¿verdad?


Esta técnica, denominada lógicamente Mozambique, es simplemente un paso más desde la base de un secuencia cualquiera dirigida al centro de masas. Pero casos como enajenación mental, adrenalina, drogas, chaleco de protección balística, etc pueden ser razones por las que los disparos a esa zona parezcan no dar resultado, o al menos no el perfecto resultado deseado. 


Lo cierto es que dos o más disparos en el pecho puede que no lo neutralicen, pero muy difícilmente no se verá afectado y frenado de forma dolorosa, aunque no sea letal. Por ello el señor Rouseau, recuperado de la sorpresa, buscó la parte del cuerpo que visiblemente no tenía protección, que de ser alcanzada cortaría cualquier problema hormonal, psicológico o químico de raíz, ya saben, la cabeza. 


Esa es la técnica, y su secuencia mínima es de dos disparos al torax y uno a la cabeza, y han leído bien, escribí la secuencia mínima es, ya que la verdadera cantidad de disparos requeridos solo nos lo darán las circunstancias, situación y entornoentre muchos otros factores.


Lo cual me lleva a recabar su atención al detalle importante, entre la secuencia inicial de "x" disparos y el último disparo a la cabeza, el arma debe bajar un poco, lo justo para ver que efecto han causado los primeros disparos, y si dicho efecto no es el requerido o apreciable sin dudar se buscará la cabeza, es la vida del agresor o la de Ud´s, decidan durante en adiestramiento, pero jamás intenten hacerlo en pleno tiroteo.


Por norma a modo de referencia, se dice que el arma debe bajar hasta el abdomen del adversario, para así poder ver sus manos y los efectos en el torso, pero esto no es tan simple como parece. Personalmente soy una persona que eufemísticamente se puede definir como de una talla por debajo de la media, enfrentado a un objetivo de 1.75 m. en una posición isósceles mi arma suele quedar alineada sobre el tercio inferior del esternón. Para mí, bajar hasta su cinturón y luego regresar por su cabeza, es un enorme recorrido que ni necesito ni deseo hacer. 


Sus brazos, los que portan el peligro evidente de un arma, siempre están por encima de mi línea de miras, y veo como reacciona con claridad con apenas unos cm´s que baje mi arma, una de las ventajas de ser de la talla de un gnomo. Y para el hipotético adversario, que ya debe apuntar no al frente, si no un poco hacia abajo para alcanzar mi torso, bajar hasta mi cinturón casi le implica apuntar al suelo.


Lo he exagerado ligeramente, lo reconozco, pero la intención era tan solo dejar claro y evidente que no se trata de marcar pautas fijas, si no de adaptarse al entorno, al estado personal, a la actuación del adversario, al adversario mismo, etc. Debemos bajar el arma lo justo para controlar las reacciones del objetivo, ya sea hasta el cinturón, el ombligo, la boca del estómago o el centro del esternón, ya que se trata de ver claramente, no de cumplir normas pseudodivinas.


La velocidad de la secuencia inicial será definida por algo que ya se vió en escritos anteriores, sobre  saber y decidir que secuencia utilizar específicamente. 


El último disparo requiere una pausa de inspección para luego subir el arma hasta alinearla con la zona buscada, la cabeza. Este intervalo de tiempo debe marcarse claramente en los entrenamientos para poder ver realmente el objetivo. El estrés de la realidad se encargará de acortar unos intervalos que si no se marcan correctamente en el adiestramiento acabarán generando disparos letales, que en la mayoría de los casos serán innecesarios y por ende incorrectos. 


Eso implica ser de los buenos, ser los que neutralizan las acciones de los malos, los cuales, si finalmente mueren, lo hacen a consecuencia de sus propias decisiones, de las cuales ellos son los únicos responsables, pero jamás porque los buenos tengan una mala práctica, costumbre o vicio de entrenamiento.


Ni más ni menos que la vieja, antiquísima e histórica distinción no solo de buenos y malos, si no también de barbarie y civilización... de caos y orden... porque si no existiera esta distinción ¿qué diferencia habría que ganaran unos u otros? 


No todo vale, no todo sirve, al menos si queremos seguir estando en el lado de los buenos, de la civilización y del orden... porque para malos, caos y barbarie ya ha habido, hay y habrá donde elegir.


Historia, historias e historietas.

Seguiré hablando de Historia, pero también de historias e historietas, así como también de maestros, artistas y monos malabaristas, que de todo hay en la viña del señor, así como que hablar de armas es hablar de herramientas diseñadas, creadas y empleadas con el propósito final, modernos usos deportivos y políticamente más o menos correctos aparte, de neutralizar a otro u otros seres vivos. 

Sonará, se leerá, se sentirá feo, frio e inhumano, si se quiere, pero no cambia el concepto ni la realidad. Y así ha sido desde hace miles de años, desde que alguno de nuestros ancestros homínidos decidió agarrar una rama caída, una piedra o una quijada de ciervo para agredir a su vecino, ya sea por defenderse o para robarle un bocado de comida, la razón en este punto histórico es lo de menos. Después de todo, que el empleo de esa herramienta tenga usos legítimos y honorables o no depende del animal que la empuña, no de la herramienta en sí. Y ese uso, legítimo o no, no se ha modificado lo más mínimo con el paso de los eones, marcando incluso mitos y religiones.

Desde aquellas lejanas eras antediluvianas siempre ha habido individuos en busca de la habilidad máxima en las disciplinas del empleo de armas, y el que hoy en día sean armas de propulsión química y en el pasado fueran de corte o impacto, como espadas, piedras o una mitológica quijada de burro, no cambia el concepto real y concreto de la necesidad de utilizar un arma con la eficacia requerida para vencer al adversario que sea. Las sociedades de todas las épocas los consideraban, entre otras cosas, como maestros de un arte, algo que aun hoy se mantiene, deformado y alterado sin duda, pero aun subsistiendo. 

El término artista de hoy es más bien considerado desde el punto de vista del espectáculo que de ningun otro concepto, lo que por desgracia es un gran error. Si añadimos a ello que la reata pueril de muchos de los que actualmente son definidos, y se definen a sí mismos, como artistas, en cualquier ámbito, sin ser mucho más que desgraciados bufones, sin duda el concepto artista no tiene un gran aval. 

El concepto aun es considerado relativamente serio dentro de los denominados Artes Marciales, por ejemplo Boxeo, Judo, Kárate, Muay Thai, y ciento y muchos etcéteras de otros estilos. Para los que me hayan leído en trabajos previos les sonará lo que diré a continuación, Arte Marcial es el arte de la lucha, del combate, da lo mismo usar la mano desnuda, un tipo determinado de objeto punzante, cortante o contundente, o las más actuales armas de propulsión química, la base real no ha cambiado lo más mínimo con los siglos ni con la herramienta a emplear.

¿Por qué me voy tanto por las ramas? Simplemente quiero definir la importancia, para mí al menos lo es, del concepto Artista Marcial

La etimología de la palabra artista no proviene del espectáculo, si no del Arte, definido como cualquier actividad humana realizada con esmero y dedicación, y que requiere capacidad, habilidad, experiencia y el tan imponderable talento. Los mejores, los verdaderos artistas, tienen ese talento. 

Un artista tiene una serie de características bien definidas, es metódico, sistemático, perseverante, lo que sin ser generalizado en el ser humano, si es común entre los verdaderos artistas. Lo que convierte esas características de  más o menos comunes a especiales es el talento, que en el caso que nos ocupa, la lucha en todas sus formas, es básicamente la adaptabilidad

Todos podemos seguir patrones, métodos y sistemas con mayor o menor precisión, los monos de circo lo hacen, pero el artista genuino y con talento sabe adaptar todo eso a cualquier circunstancia distinta, puntual y concreta, lo cual significa que sabe adaptarse con fluidez y una forma aparentemente innata y sencilla.

Luchadores, soldados, policías, instructores modernos de la relevancia de Pincus, Pecci, Yeager, Vera, Costa, Cobos, McKee, Suarez, McNamara, Cooper, Proctor, Lamb y, de nuevo, muchos etcéteras más, junto a todos los que no son tan conocidos, ¿son artistas marciales? Lo cierto es que si, y por doble partida. 

Para empezar son artistas marciales porque, como sus antecesores desde hace miles de años, buscan la excelencia en su desempeño con perseverancia. Y por último, porque como artistas saben darle ese toque personal que es convertir una inexactitud, o un potencial error, en una ventaja para magnificar los efectos deseados. Ese es el talento que un profesional armado debe buscar, y que quizá, en última instancia, siga siendo simple adaptación al medio y a las circunstancias.

Como ya he dicho muchas veces, respecto a las armas y su empleo, los simples conocimientos nunca son suficientes, siempre se debe seguir avanzando, perfeccionando, adaptando y creciendo. 

Las circunstancias son las que dictan que métodos y su aplicación nos permitirán vencer y sobrevivir. Los mejores, los artistas marciales genuinos, lo logran gracias a que comprenden las circunstancias y se adaptan. Sus combates son en un 90% con la mente y en un 10% con el cuerpo. No se quedan en la mediocridad de que siempre se ha hecho así, convierten aparentes irregularidades de forma en métodos para sorprender, adaptarse y superar las circunstancias. 

Esa es la diferencia entre un simple repetidor de técnicas, pautas y patrones, al igual que un mono malabarista, y un metódico y adaptativo artista marcial. Ese es el talento a buscar y cultivar.

Cuídense y cuiden de los suyos.

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